Adrián Goma nos mira y se nos muestra a través de sus cuadros.
Como persona, podría contaros muchas cosas: que siempre se sintió pintor; que desde muy joven luchó por salir adelante dedicándose a muchas cosas distintas; que una de sus ilusiones era contar historias; que hace trece años retomó su pintura; y que desde hace cuatro se dedica en exclusiva a desarrollar su faceta artística.
Pero quiero hablaros del artista, del Adrián que nos mira desde sus cuadros.
En sus retratos (muchos de ellos, autorretratos) hay un hilo conductor: partiendo de momentos de su vida, la verdad se nos muestra llena de intrincados símbolos y distorsiones que reproducen los pensamientos de un alma inquieta y, en ocasiones, oscura. Imágenes que muestran un código oculto que nos sumerge en una realidad científica, física, y plantean todo tipo de hipótesis y preguntas: universos paralelos, realidades oníricas, nuestros propios temores… conceptos que están en nuestra mente tímidamente presentes pero que voluntariamente rechazamos abordar porque nos generan una mezcla entre temor, indiferencia y hasta negación. Verdades incómodas que sabemos que están pero que no queremos ni pensar. Nuestros ángeles y demonios.
Adrián nos recuerda que, nos guste o no, están ahí.
Dejando al margen toda idea de exaltación del ego, sus retratos son la expresión de una verdad superior a la realidad misma y una invitación a enfrentarnos a emociones que ni siquiera pretenden estar relacionadas entre sí. No hay mensaje; simplemente, la valentía de un artista en mayúsculas que nos propone mil ideas que te hacen volar la cabeza y alimentan un sinfín de sueños.
Os hablaba una vez del síndrome de Stendhal… os aseguro que la contemplación de la obra de Adrián produce auténticos efectos físicos en el espectador. Y creedme que esos efectos, por mucho que os puedan sugerir las fotos que acompañan a este texto, se multiplican en la realidad, al enfrentarse sin filtros a su trabajo.