A Alvaro Fuente la vocación artística le viene de familia. Nieto del pintor José Mané, tuvo en su abuelo el espejo en el que reflejarse y la persona de quien poder aprender el amor por la pintura y sus técnicas y estilos.
Pero no fue hasta 2018 cuando decide dedicarse de forma exclusiva a la pintura, que utiliza al mismo tiempo como terapia personal y como vía de escape de su inagotable capacidad creativa.
En 2020 completó su formación y perfeccionó su técnica con Josefina Miralles.
Encontramos en su obra el reflejo de una vida que, aunque todavía corta, ha sido muy intensa y aventurera, llena de viajes, culturas y experiencias. Siempre acompañado de su cámara de fotos, inmortaliza los paisajes y momentos que finalmente plasma en sus cuadros. Encontramos así en su creación sus recuerdos de África y su sabana, sus experiencias como buceador en sus imágenes submarinas o, más recientemente, el reflejo de su día a día actual en Madrid, paseando por sus calles, mirando por la ventana de su estudio o haciendo la compra.
Mientras me cuenta, con mucha pasión y no sin cierta añoranza, su vertiginosa vida pasada y me enseña sus obras, siento algo especial al escuchar sus vivencias durante el tiempo que estuvo en Battambang (Camboya) trabajando como voluntario de una ONG con niños. Para comprender cómo esa convivencia con una cultura tan distinta y unos niños en situaciones personales complicadas le marcó especialmente, basta con contemplar las obras en las que proyecta sus recuerdos de aquello.
Alvaro alterna materiales, texturas y técnicas muy diversas con la naturalidad de quien sabe lo que hace, sorprendiéndonos tanto con obras figurativas en las que juega con los relieves como con su línea realista, llena de detalle y pureza y con unos trazos cargados de sensibilidad y ligereza que dota a sus cuadros de un movimiento especial, entre real y espiritual.
En su estudio, tuve la suerte de conocer a Álvaro como persona (atento, cercano y afectuoso) y como artista.