Conocí a Pablo de Pinini en el Ateneo de Madrid. Madrileño de nacimiento, pero con un profundo arraigo en Utrera y Morón de la Frontera, forma parte de una familia de grandes artistas del flamenco: su tatarabuelo, Papa Pinini, fue un reconocido cantaor; sus tías Bernarda y Fernanda de Utrera, cantaoras, obtuvieron la medada de oro al mérito en las Bellas Artes en 2004; y el famoso guitarrista Enrique de Melchor era primo suyo.

Pablo lleva el arte en la sangre, y quizá la influencia de su abuelo materno (Miguel Nuñez Peña, anticuario y apasionado por la pintura y la escultura) fue la que le llevó a interesarse en las artes visuales, la pintura y la fotografía.

Formado por Alejandro Decinti Ollarzún y Oscar Villalón Ríos, discípulos del gran artista chileno realista Claudio Bravo, la experimentación le llevó a encontrar, en 2019, la pintura digital, técnica en la que centra desde entonces toda su creación. Con su Ipad Pro y sus pinceles digitales, y mediante la superposición de capas, crea un efecto pictórico muy similar al óleo. Sus cuadros se presentan de forma muy pulcra y cuidada en distintos soportes físicos: lienzo, metacrilato, dibond… Y las acompaña de un certificado con huella digital, una descripción y explicación de la misma, la serie a la que pertenecen, su sello lacrado y firma original.

Con claros referentes en el Barroco y la fuerte inspiración del flamenco, en su obra parte del estudio de grandes clásicos (Velázquez, Caravaggio o el Bosco) para crear una pintura de fuerte personalidad en la que lo clásico se fusiona, con un toque surrealista, con lo actual y nos muestra el punto crítico, irónico, satírico, provocativo e incluso irreverente del artista.

En el fondo, sus cuadros esconden la alegría, vitalidad, libertad, nobleza y tradición de la familia gitana.

Me cuenta que su apellido artístico “Pinini” significa en calé “pequeño pero elegante”. Pablo honra con su trabajo la tradición y solera de ese apellido, pero de “pequeño”, nada: eres un gran artista!