Creo que no es mala idea enfrentarse al Arte dejándose llevar por las emociones que nos transmite. Cuando se contempla una obra, las preguntas deben ser “¿qué veo?” o “¿qué siento?”, y no “¿qué debería ver?” o “¿qué debería sentir?”.
A veces es bueno perder el miedo y olvidarse de lo que el artista quiso transmitir. Hacer la obra nuestra. Si miramos sin ningún condicionamiento, las emociones serán puramente personales, y nos acompañaran incluso cuando ya no estés frente la ella.
He leído en prensa un artículo sobre el retrato de S.M. el Rey Felipe VI que Tomas Baleztena ha pintado para su exposición en el Liceo de Barcelona. El artículo cuenta como el autor explica que su obra, en la que “refleja el alma de la persona del Rey”, es un “retrato fuerte y con carácter”, como él “ve a la monarquía actual”. Y respecto al retratado, resalta que quedó “impactado por su tenebrismo”.
Para entender una obra de arte hay que conocer la realidad del artista, su personalidad, las circunstancias de su vida, la situación social en el momento de su creación, lo que quería reflejar en su trabajo… La comprensión del arte requiere, en definitiva, una investigación y un estudio profundo en los que juegan un papel muy relevante los historiadores del arte, los museos, las galerías y los críticos de arte.
Pero, y volvemos al principio, junto a la visión y el objetivo del artista de transmitir con su trabajo, está la visión que el espectador tiene, que es independiente del “mensaje” del artista. Uno ve lo que ve, siente lo que siente, y se emociona con lo que se emociona, más allá de las circunstancias que rodearon la creación de una obra artística. Lógicamente, si hemos estudiado y conocemos esas circunstancias, influirán en nuestra percepción; pero sin ese conocimiento previo, también experimentaremos nuestras propias sensaciones que, a veces, son más pasionales incluso de lo que nos imaginamos. No nos lo perdamos; es muy liberador abrir la mente y dejarse llevar.
Feliz día.