Es innegable que, en la era de las nuevas tecnologías y las comunicaciones, se ha producido un cambio en cómo experimentamos el arte.
Aunque las obras de arte siempre han sido reproducibles, con la fotografía y, más recientemente, con la reproducción digital de las imágenes, las obras de arte se han “popularizado”. Antes, para poder ver un cuadro o escuchar una sinfonía, tenías que ir a un museo o a un auditorio. Ahora, simplemente con nuestros móviles, tenemos acceso a cualquier cuadro, a cualquier sinfonía… a todo. ¿Cómo afecta esto a nuestra idea de arte? ¿Por qué el Guernica es arte, y una representación digital del mismo, de la máxima resolución posible, no lo es (o no lo consideramos como tal)?
El filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940) nos da la respuesta con su concepto de “aura”. El aura representa la unicidad, la autenticidad, la “realidad histórica” de la obra de arte, de la que carece la reproducción, por muy fiel y exacta que pueda llegar a ser.
Nos dice Benjamin que la obra original tiene una conexión con la historia, con la realidad existente al tiempo de su creación; en definitiva, que el arte está íntimamente relacionado con el tejido histórico y social que vivía el artista. En la representación del culto mágico en las pinturas rupestres, en la veneración religiosa de frescos en los templos o en la revelación del street art o muralismo vemos como el arte refleja la realidad histórica y social.
Mientras la obra de arte tiene aura, la reproducción tiene un valor puramente expositivo.
No vamos a dejar de hacer fotos, pues a todos nos gusta reproducir lo que es bello, o diferente, o lo que nos emociona. Pero esas reproducciones no van a poder incorporar el aura de la obra original.
Encargar o adquirir una pieza de arte, ya sea un dibujo, un gravado, una pintura, una escultura, artesanía… siempre nos dará la satisfacción de poseer algo que tiene un aura propia e irrepetible.
Feliz día,
T.A.